Por: Liliana Cárdenas Morales
Una lucha incansable sin esperar nada a cambio
Es parte de la naturaleza humana obviar la conquista alcanzada por la lucha de otras personas; subyace también la ingratitud por los esfuerzos realizados por aquellas personas que nos han precedido. En aras de la defensa de una ideología, de una creencia política, religiosa o simplemente por el desconocimiento de los beneficios de construir una sociedad justa e igualitaria para todas las personas, existen posturas fundamentalistas que niegan el derecho de las otras personas a vivir en un ambiente de respeto a su dignidad humana y la de los demás.
Pareciera que hemos dado por sentado que el goce de los derechos humanos siempre ha sido una realidad; que la potestad de dar nuestra opinión sobre algún tema siempre ha estado ahí al alcance de nuestra voluntad; y no es así, la lucha por los derechos humanos ha tenido un largo camino, que ha estado lleno de movimientos armados, protestas, revoluciones y cambios de mentalidad; sin embargo, el ejercicio de los derechos humanos de las mujeres, ha tenido un camino más sinuoso, más largo, que aún está en construcción, porque la lucha por el ejercicio pleno de nuestros derechos aún no ha terminado.
Si bien es cierto, que los derechos humanos encuentran su nacimiento formal en la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, que afirmaba que “…los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos…”, pues “…la finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre…”, también lo es que, para las mujeres el goce sus derechos humanos ha tenido que alcanzarse de manera diferente, levantando la voz, derramando lágrimas y la sangre de muchas mujeres.
El espíritu feminista pasa de generación en generación
Desde la perspectiva de los estudios de género, considero que el nacimiento del Estado moderno y de los derechos humanos, queda en deuda con la efectiva realización de las libertades y de la igualdad de las mujeres, pues, la declaración sobre los “derechos del hombre”, aunque fue un instrumento con un ideal protector de la dignidad de las personas, tuvo en su momento un sentido literal, es decir no incluía los derechos de las mujeres, sino a un ideal absoluto de persona, de sexo masculino, con ciertas características físicas; excluyendo así a cualquier ser humano que se alejara de este absoluto imaginario.
Atestiguamos una marcha paralela a la evolución del Estado moderno, y es la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos esenciales, fenómenos sociales que tardaría siglos en acercarse para tomar un solo camino: el respeto a la dignidad de todo ser humano.
Una de las primeras mujeres de la época en alzar la voz, para pedir que se hicieran valer la tan anhelada igualdad y libertad, inherente a la naturaleza humana, pronunciada en la señalada carta de 1789, fue Olympe de Gouges, quien fue enjuiciada y sentenciada a la guillotina en 1793, por publicar la “Declaración de los derechos de la Mujer y de la Ciudadana de 1791”. Por supuesto que el ideal, la lucha y el espíritu libertario de Olympe de Gouges fue, ha sido y seguirá siendo fuente de inspiración de otra pléyade de mujeres inconformes con migajas de derechos, producto del que, pareciera interminable, androcentrismo, aun dominante en muchos sectores de la vida humana.
Sin perder la esperanza…
Cuando volteo la mirada hacia las manifestaciones y marchas de mujeres que, en medio de una contingencia sanitaria, inundan las calles para levantar la voz, para exigir la protección de sus derechos, para demandar que se respete el invaluable derecho a vivir una vida libre de violencia, no alcanzo a comprender la ingratitud social, pero sobre todo, la crueldad de otras mujeres para juzgarlas con la misma ferocidad con la que Robespierre asesinó a Olympe; pues, olvidamos que la injusticia, la violación sistemática a los derechos de las mujeres, y la indiferencia del Estado, es lo que nos ha llevado a lo largo de la historia, a pelear por el respeto a la dignidad de las mujeres.
En las redes sociales pueden leerse mensajes de mujeres que afirman, que el feminismo no las representa a ellas; a quienes tienen esta idea, quiero decirles, que tienen todo el derecho de pensar de esa forma, pero el ejercicio de la libertad de pensamiento y de expresión que ahora ejercen, se lo deben a las feministas de ayer; que también fueron juzgadas y señaladas; el feminismo nos representa y nos abraza a todas, cada vez que tomas una decisión en forma autónoma e independiente, cada vez que eliges que ropa llevar, que decides si profesas o no una religión, si eliges quedarte soltera, casarte, divorciarte, si trabajas en casa o fuera de ella, estás ejerciendo un derecho ganado al patriarcalismo, mediante marchas y manifestaciones, que tal vez no representaron a nuestras abuelas, pero que nosotras ganamos.
En fin, la próxima vez, que incluso como mujeres, considerándonos en otras trincheras, descalifiquemos ligeramente a esas mujeres que estoicamente han entregado, incluso su vida, para asegurar los derechos y libertades de las nuevas generaciones, tengamos, y no me importa, si es en silencio, un gesto de gratitud, a esos espíritus indomables por los que, insisto, hoy podemos libremente viajar en bicicleta, vestir pantalones, llevar el cabello corto, sufragar, participar en la vida política del Estado y ante todo, disfrutar del invaluable derecho de seguirnos educando para el beneficio de futuras generaciones.
Liliana Cárdenas es Doctora en Derecho, Investigadora Nacional del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT. Profesora-Investigadora y Vicerrectora de Investigación y Posgrado de la Escuela Superior de Derecho y Ciencias Políticas. Autora del libro “El derecho de género en el contexto educativo”.